Por qué el control en las empresas ralentiza
- Natalia Alcaide
- 15 jul
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 17 jul
Autonomía de equipos y Ley de Parkinson
¿Alguna vez has notado que una tarea que podría resolverse en media hora se termina alargando toda la mañana? ¿O que una decisión pequeña tarda semanas en aprobarse? Bienvenida a la Ley de Parkinson: “El trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine.”
Este principio, formulado en 1955 por Cyril Northcote Parkinson, parece escrito para describir muchas empresas actuales. Reuniones eternas, decisiones que suben y bajan por la jerarquía, correos que esperan respuestas eternas. Pero no es solo una cuestión de tiempo: es una cuestión de autonomía.
Cuando nadie puede decidir, todo se extiende
En muchas organizaciones, las personas no tienen permiso para resolver. Tienen que consultar. Validar. Esperar. Y mientras esperan… el trabajo se estanca, se estira, se enfría.
La falta de autonomía no solo desmotiva: hace que la Ley de Parkinson se convierta en el ritmo oficial de la empresa.
Cuando un equipo no tiene margen de decisión real, el tiempo se convierte en un espacio ambiguo que se llena de tareas innecesarias, controles redundantes y procesos que no aportan valor. Lo que podría resolverse en una mañana se convierte en un proyecto de dos semanas. No porque la tarea lo necesite. Sino porque el sistema no permite otra cosa.
¿Qué pasa cuando hay autonomía?
Cuando das a los equipos el poder real de decidir (con propósito, contexto y límites), algo cambia:
Toman decisiones más cerca del problema.
Ajustan los tiempos según su conocimiento real del proceso.
Evitan la inflación de trabajo “por si acaso”.
Asumen la responsabilidad del resultado, no solo de ejecutar órdenes.
Y como tienen propiedad, no se dejan llevar por la inercia de la Ley de Parkinson. Porque saben que si no lo hacen bien y rápido, nadie lo hará por ellas/os.
Pero… ¿no se descontrola todo?
No, si diseñas bien el marco.
Autonomía no es caos. Es libertad dentro de un sistema claro.De hecho, cuanto más maduro es un equipo, más autonomía puede tener sin perder efectividad.
Para eso necesitas, un propósito claro ( que sepan para qué hacen lo que hacen) criterios compartidos (qué significa “bien hecho” aquí), Canales de coordinación ágiles (para que las decisiones no se atasquen) y Ritmos de revisión regulares (para alinear y ajustar, no para controlar).
Cuando estos elementos están en su sitio, puedes soltar el control sin perder rumbo. Y entonces la productividad se dispara. No porque haya más presión, sino porque hay más responsabilidad distribuida.
Un caso real
En uno de mis clientes, los responsables de marketing no podían lanzar una campaña sin que la aprobara la dirección general. No importaba que fueran presupuestos pequeños. Tardaban semanas en tener el OK. Trabajamos para que tuvieran un sistema claro: cualquier campaña por debajo de cierto importe, alineada con los objetivos trimestrales, podía lanzarse sin pedir permiso, mostrando los resultados de los testeos. Resultado: campañas más rápidas, más creativas y con mejores resultados.
Y lo más interesante: nadie echó de menos las aprobaciones de arriba.
El verdadero enemigo: tu sistema de toma de decisiones.
Porque si cada paso requiere validación, lo que alargas no es el trabajo… sino la energía del equipo. El compromiso se diluye. La creatividad se apaga. El sentido de propiedad desaparece.
Por eso, si lideras un equipo o una empresa, hazte esta pregunta incómoda:
¿Las personas tienen que esperar para avanzar… o tienen permiso para decidir?
Si están esperando, la Ley de Parkinson ya está trabajando para ti. Si deciden con responsabilidad, estás cultivando autonomía real. Y eso —no el control obsesivo— es lo que te dará velocidad, confianza y resultados.



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